Amaneció el día nublado,
el tiempo pronosticaba lluvia débil. Nos tocó visitar los lagos de
Covadonga y Covadonga.
El trayecto de Oviedo a Covadonga fue sensacional,
entretenido y disfrutando una vez más de los paisajes que veía a través del
coche.
Una vez en el destino tuvimos que dejar el coche en el
parking y cogimos un autobús para subir a los lagos. Mi madre quería parar
primero en la basílica de Covadonga, pero nos pasamos la parada y el autobús
nos subió a los lagos, y menos mal que fue así.
Bien, ese día como dije antes, hizo mal tiempo y mientras
más altura alcanzábamos más frío hacía.
El camino me puso nerviosa y ansiosa por llegar a los lagos.
Desde el autobús veía los precipicios. La latitud iba creciendo. El trayecto se
hizo lento ya que solo había un sentido y los conductores se comunicaban para
cruzarse en lugares donde el terreno tenía algo más de amplitud.
A los 15 minutos por fin pude ver un lago, una señal, ya
quedaba menos.
Cuando llegamos, el cambio de temperatura se notó. Las nubes
mucho más bajas.
A continuación caminamos por la ruta que indicaban los
carteles para llegar a los lagos.
En aquellos cerros se respiraba aire puro.
Llegamos a un
mirador, las vistas eran preciosas, desde allí se podía ver las montañas rocosas
cubiertas de musgos y pequeños matorrales, a su vez las nubes iban cubriendo
lentamente las diferentes cimas de aquellas montañas. A lo lejos seguía un
caminito con muchas curvas. Estaba rodeado
de hierba verde y en uno de sus lados el
verde era más oscuro.
Seguimos la ruta. Nos toco andar por una cuesta llena de
chinitos y piedras de distintos tamaños, hacia los lados hierbas y vacas con
sus crías echadas en ese suelo virgen. No dudé en hacerme una foto con la vaca.
Fui acercándome poco a poco hacia ella, me agache despacio, la miré con una
mirada noble, giré la cabeza hacia la cámara y sonreí. Cuando vi la foto parece
ser que la vaca miró y salió incluso mejor que yo. Después fue a su bola. Eché
varias fotos y continuamos con la ruta.
Terminando la cuesta por fin se pudo ver los lagos. Hubo que
darse prisa porque las nubes bajaban cada vez más y se iba notando más la
niebla blanquecina.
El lago era inmenso, muy amplio. En él había patitos con sus
crías nadando por aquel gran charco.
Paramos a almorzar y nos sentamos en una roca, eso sí
respetando el medio ambiente y no dejando ni un solo residuo. Sobre las 16:00
ya iba viniendo más niebla y cada vez se veía menos.
Pasó un rato y no dudamos en irnos. El paisaje se cubrió por
completo de blanco acompañado de lluvia fina.
Para llegar a los autobuses tuvimos que seguir a la gente y
mirar las señalizaciones. Pensé en las personas que acababan de subir, no iban
a poder ver nada. Cuando llegamos esperamos a montarnos en el autobús.
La bajada se me hizo más corta. Hicimos parada en Covadonga
allí chispeaba y hacia menos frío. Primero visitamos en una pequeña cueva,
llamada Santa Cueva, la virgen de Covadonga.
En la Santa Cueva se encuentran las tumbas de dos reyes, Don
Pelayo y Alfonso I el católico.
Lo último que visité fue la parroquia de Covadonga. Dentro
estaba muy oscuro, pero pudimos apreciar su belleza con sus altas bóvedas.